Es claro que todos tenemos guardados secretos, escritos en una libreta, ocultos en un cajón, escondidos en una caja con llave; los míos, debajo de mi cama, en ese hueco obscuro que a los niños les atemoriza, donde para ellos se resguardan criaturas fantásticas, para mí, esconde mis más grandes secretos. Me avergüenzo de ellos, tanto, que pensé que ahí no los podrían encontrar, hasta el día de hoy nadie se ha percatado de esa cajita negra que hallé con rapidez una tarde en la que la desesperación de esconderlos me ganó.
Esa tarde acostada en mi cama viendo profundamente a la pared, los recordé y sentí tanto temor de que alguien los supiera que busqué la forma de esconderlos. Corrí hacia mi estudio y exploré desesperadamente un artefacto que pasara desapercibido, encontré bolsas, mochilas, carpetas, sobres; pero nada que funcionara, de repente una caja negra que algún día me había sido entregada con un obsequio dentro, capturó mi vista y supe que ese sería el lugar perfecto. Entonces decidí guardalos ahí, el problema ahora, era cómo le haría para guardar secretos tan grandes como los míos.
Ahí estábamos, la caja y yo, ella quieta, con su tapa a un lado, yo sentada con las piernas cruzadas arriba de la silla, frente al escritorio donde en ocasiones me ponía a leer o escribir. Silencio, mucho silencio, no sabía cómo empezar, de sólo pensar en ellos me daba un ataque de pánico y los borraba de mi mente. No quería que rondaran por mi cabeza, ¿Qué pensaría la gente de mí al saberlos? Me odiarían, me quedaría sola, me verían como una extraña, como una sarnosa. Ya era momento, no podía ser tan cobarde, me lo decía una y mil veces, pero el pavor invadía todo mi ser. 1,2 3, abrí el cajón derecho, donde los había guardado provisionalmente, ese día que salieron de mi cabeza mientras leía El final del juego, tenía que ser cuidadosa, no se podían escapar. Entonces los saqué uno por uno para guardarlos en la caja negra; tu sonrisa, tu mirada, lentamente las puse dentro, tu voz, tus besos y caricias. Tu risa, tus ojos verdes y penetrantes; esos que tanto amo. Me da miedo verlo todos los días y que no sepa que debajo de mi cama tengo pedazos de él. ¿Quién en su sano juicio resguarda como un sagrado tesoro lo que yo tengo en esa caja negra? Qué locura la mía, qué gran locura, tener guardados en esta caja cada uno de sus aspectos, mis más grandes y obscuros secretos.